lunes, 2 de junio de 2008

Que se llama Soledad,

Soledad creció a pesar de su nombre, siempre fue algo que le pesó, por esa connotación triste, sin embargo era una niña feliz, con una insaciable curiosidad y una enorme capacidad de argumento. Le gustaba discutir y era ciertamente muy buena para ello, podía desde muy temprana edad convencer a sus maestros de que el reloj de la pared era una maquina fabulosa que no servia para nada, mas que para pintar cada engrane de un color distinto, evitando siempre el azul por ser un color que en la psicología tenia un significado casi tan triste como su nombre.

Le costaba trabajo aceptarlo pero había crecido marcada por las 7 letras con las que empezaba su acta de nacimiento, mucho tiempo pensó que estaba condenada a vivir de acuerdo al significado de su nombre.

Los martes eran de acuerdo a su manera de ver las cosas el peor día de la semana, le parecían grises. Más incluso que los lunes, ni siquiera tenían ese encanto de ser san lunes, nunca había oído a nadie hablar de un san martes. Sin embargo todos eventos importantes que marcaron su vida sucedieron en martes. Aunque le costo muchos años establecer este patrón.

El evento que empezó con esto fue en una semana como cualquier otra, el día mas gris de esta, Sol caminaba por la biblioteca de su casa cuando sin querer se tropezó con el cable de la lámpara antigua de la abuela y vio un libro de pastas duras, esos que tienen un aire a nostalgia, ni siquiera tenia el nombre en la portada. Cuando lo abrió supo que García Márquez tenía algo grande para ella en esas páginas que relataban la historia de la familia Buendía en el pueblo de macondo. Le pareció sin duda un libro mágico, que aparte una parte muy importante en la historia eran los nombres de los personajes.

A partir de entonces aprendió a tener un enorme respeto por los nombres de las personas cada vez que conocía a alguien repetía su nombre para sus adentros y trataba de entender la vida que había llevado. Había conocido a muchas personas importantes, pero todavía no había tenido a sus 12 años un gran acercamiento al amor, hasta que entro a 6 de primaria y conoció a Diego, tenía una mirada tímida y unas orejas que sin duda eran lindas. El martes, que era el segundo día del inicio de curso el le pidió su goma. Supo entonces que iba a ser el hombre de su vida. Poco sabía soledad entonces de los juegos que tiene la vida.

Se acabo el curso, perdió contacto con Diego, el de las orejas lindas, y ahora empezaba una nueva etapa, Secundaria, cuando ella era muy pequeña su madre en un ataque de nostalgia le había dicho que estaba prohibido entrar a secundaria, por que eso significaba ser grande. Claro que ella no se sentía grande.

Empezó esta nueva etapa, con mucho miedo. Escuela grande, mucha gente nueva, todos mas grandes que ella, por suerte no era la única que se sentía así, todos en su salón tenían la misma mirada de incertidumbre, que probablemente les duraría un par de meses si no es que toda la vida. La primera clase tuvieron que hacer un trabajo en parejas, como todos eran nuevos, las parejas fueron asignadas por la maestra de historia, Lupe Juárez. Su pareja era un niño flaco, más bien tímido y tenía tantas pecas en la cara que parecía que era de otro color en realidad, se llamaba Diego.

Se convirtió sin duda en un buen amigo de Soledad, uno de esos de los que un día pierdes contacto pero recuerdas toda tu vida. Cuando tenía 15 años la invitaron a una fiesta. Estaba emocionada, vestido nuevo, color vino. El azul era lindo, pero todavía le tenía algo de miedo a ese color. Peinado de salón los zapatos de su prima, un foto con clara su hermana pequeña antes de salir de casa. La fiesta era peor e lo que se imaginaba, iba con sus amigas de la escuela, pero se aburrió. Se sentó en una mesa que tenia solo tres sillas, las tres vacías. Ya no quería bailar, la lastimaban los zapatos, no habían pasado 5 minutos cuando llego alguien a la mesa se sentó junto a ella y no dijo nada, estuvieron así un buen rato hasta que ella por matar esa situación incomoda le pregunto su nombre, Diego, era mayor que ella, y bastante guapo. Empezaron a salir pero nunca fue nada serio.

Soledad tenia 17 años cuando se dio cuenta que todos los hombres que de alguna manera habían sido importantes en su vida se llamaban Diego. Al grado que cada vez que conocía a alguien interesante preguntaba su nombre solo por cortesía por que sabía bien que iba a ser Diego, y si era así, algo cambiaria en su vida.

Cuando cumplió 18 años era martes, muy a su pesar, y su abuela le regalo un vestido muy lindo, que aparte le quedaba perfecto y acentuaba su delgadísima figura, pero tenia un problema era azul. Era un niña educada y lo agradeció enormemente por que aparte estaba conciente que su abuela era un tanto distraída y que aparte no tenia nada que ponerse para le fiesta de Daniela su amiga el viernes.

Llego el día de ponerse el vestido, se mentalizo a ello, y ciertamente se veía bien en ese color, se veía lindo sobre su piel tan blanca. Al llegar a la fiesta lo mismo de siempre, un trago con las amigas, la canción que les encantaba, los chistes de siempre y la gente nueva que era tan igual a la gente nueva de la semana pasada. Sobre todo los niños. Esta vez fue distinto, lo vio a los ojos y supo que era uno de ellos, de esos que de alguna manera desordenaban un poco su vida, Se puso algo nerviosa. Y por la cortesía de siempre se animo a preguntar el nombre de este chico nuevo y tan alto, aun sabiendo perfectamente que seria un Diego más.
-Ricardo, mucho gusto.

Lucia.